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lunes, 22 de noviembre de 2021

Editorial: Cuando se va un amigo, recordar su historia para que viva en nuestro recuerdo

Bacatá (CUN) | Haciendo a un lado las noticias micronacionales, hoy LA GACETA trae una editorial de S.E el Líder del Estado Luis Felipe Lugo.

Todos los seres humanos nos enfrentaremos a la pérdida de un ser querido o de un amigo peludo en algún momento de la vida. Pues bien, su servidor quien les escribe, no sólo preside una micronación. También tiene una vida social y familiar al salir del micromundo.

Hace doce años llegó a casa un amigo de cuatro patas, un gato que fue regalado y que por ese entonces estaba recién destetado. Las opciones del posible gato que llegaría eran uno de color claro y pelo corto y uno negrito peludo. Mi tía, que era la que iba a recibir el gato, se decidió por el peludo. Era negro con manchas blancas en el hocico, las patas y la barriga. Su nombre fue Tommy. Aunque en mi caso, decirle el nombre eran raras ocasiones, siempre lo llamaba "Gato", "Gatubelo".

Era la primera mascota en años que llegaba a casa. Mi tía, la dueña y responsable, obvio la encargada de su arena, que al principio fue aserrín, su comida y su cuidado. El resto de la familia, de cuidarlo, quererlo y de mirar cuando le faltara comida y agua. Al principio bien, el gatito hacía sus necesidades en un trapo, pero que después se le cambió por la arena. Fue muy explorador y curioso. Esa curiosidad casi le cuesta cuando decidió meter un día la cabeza en una reja de un exhibidor. Me acuerdo que me despertó sus maullidos que no eran los de un gatito normal, sino de uno muy asustado. Cuando me asomé a ver, estaba asustado de no poder sacar la cabeza y tras del hecho, el exhibidor estaba a más de metro y medio del suelo. Estaba literalmente aferrándose a la vida. Donde no estuviera nadie o me hubiera demorado en salir, el gatito hasta ahí hubiera llegado.

Con un primo logramos bajar el exhibidor y sacarle la cabeza al gatito con cuidado. Ni más volvió a hacer esas travesuras. Con el paso del tiempo, fue creciendo y su instinto de macho, le hizo que empezara a marcar territorio. Como no era un aroma muy agradable, cada rato era castigado, hasta que pasó el castigo definitivo. La correa para "pasear" (paseo que nunca tuvo porque le daba miedo la calle) fue su nuevo amigo, pues lo amarraron a una esquina y la correa sólo le daba para moverse varios metros, entre la cama, la arena y un espacio para caminar. Todas las mañana antes de ir a trabajar, le daba unas galletas con la mano y lo consentía. Pensaron que con eso se le iba a quitar la maña de marcar territorio, pero de nada sirvió y antes le hizo dar un cuadro depresivo, por lo que se dieron cuenta que a la final lo que mejor era para Tommy era la esterilización.

Después de la esterilización, se le acabó el castigo, volvió a ser limpio y tuvo de nuevo toda la casa para correr, saltar, explorar. Y no contento con eso, no volvió a dormir en la cama que tenía sino prefería las camas de todos para dormir sus siestas. Y en las noches, a los pies de la cama de mi madre. Así pasaron varios años. Sobre todo, con mi cama en las tardes era favorito para dormir en toda la mitad.

A mi siempre me entraba el pensamiento de cómo sería el momento cuando el gato se envejeciera. Pero así como entraba ese pensamiento así se iba, o al menos, se olvidaba. Pero llegaron los diez años de vida de Tommy y ahí si se hizo evidente que llegaba la fase de su vejez. Ya no era tan activo como antes, pero todavía tenía fuerza para saltar, jugar a cazar, correr, pero empezaba a dormir más. Me sorprende que durmiera y al rato estuviera activo, pero horas después, volviera a dormir. Siempre me gustaba que cuando me veía, refregaba su cabeza y su espalda en mis piernas, o mejor, si se consentía, empezaba a levantar la espalda para que se la rascaran.

Y bueno, este año, mi tía decidió adoptar una gatita de meses, completamente negrita, y pues al principio esa integración de celos o de ruidos para decir que no se tocaran el territorio. Pero con el tiempo se aceptaron y la gatita, que llamaron Onix, jugaba con Tommy a correr principalmente. Y como la gata estaba en su fase de crecimiento, a veces se pasaba de intensa con el pobre gato. Aunque en ocasiones, lo veía dormido y se le hacía al lado para dormir juntos. Pero al final, el gatito con doce años, que nunca manifestó síntomas de dolor o quejarse de algo, empezó a dejar de comer de forma normal. Tomaba poca agua y prefería dormir en sitios alejados. Eso ya fue preocupante hasta que cuando lo acaricié por última vez, noté que se había aflacado en menos de dos semanas. Definitivamente esa fue la señal para que lo vieran con urgencia.

Lo revisaron en mi cama porque se había dormido ahí. Lo encontraron con arritmia y lo llevaron al veterinario. Y así, con una ecografía, finalmente encontraron lo inimaginable. Una masa cancerígena que se había extendido entre su bazo y su hígado, una hemorragia interna y un cuadro de anemia indicaban que su final era más que cerca. Sus ojitos, estaban vidriosos desde la noche anterior. Y con dolor le dejaron a mi tía las opciones, o cirugía lo cual era someterlo a dolores o maltratos innecesarios, o darle el descanso a su viejecito cuerpo. Mi tía que siempre había dicho que a cualquier enfermedad terminal que empezaran a tener sus mascotas, las mandaría a descansar, le tocó poner esa difícil decisión en práctica.

Finalmente, Tommy, Gato, Gatubelo, se quedó dormido para siempre. De los dolores de los que nunca maulló de dolor, descansó. Siempre será ese recuerdo de ese gato juguetón, de un gato bien casero y de un gran amigo peludo. De ese gato que siempre se encontraba tomando el sol de las tardes en la ventana, que le gustaba refregar la cabeza y su espalda en las piernas de todos. Hasta siempre Tommy.